domingo, 18 de diciembre de 2011

Despertar



Anoche tuve un sueño bastante desagradable pero muy revelador.

Pasaba algo y yo estaba a punto de morir, desangrada, era todo muy gore. Tenía el pelo todo teñido por la sangre y un montón de huesos rotos y, aunque padecía cierto malestar, no me dolía el cuerpo. En todo momento fui consciente del tiempo exacto que me quedaba y quise aprovecharlo bien.

Me acerqué a mi hijo, de siete años, e intenté darle unos últimos consejos que le sirvieran para toda la vida

Sé libre. Toma tus propias decisiones sin que nadie te imponga ni te prohiba nada. Debes ser capaz, después, de asumir las consecuencias de esas decisiones tuyas.

No dañes a nadie. Ningún motivo justifica nunca la agresión a otra persona.

No juzgues a nadie. Ni siquiera aunque creas que has andado con sus zapatos, puesto que tus pies no son sus pies.

Dedícate a algo que te guste, que se te de bien y que te haga feliz. Busca la excelencia en aquello que hagas, pero no olvides que la excelencia va de la mano con la felicidad.


Pero, mientras le daba esos consejos, tuve una revelación:

¿Acaso sirve cada cosa que yo hago en relación con él para que se cumplan mis deseos sobre su vida? ¿Hay coherencia entre mis decisiones y mis objetivos?

Entonces me di cuenta: muchas de las cosas que hago o que digo no están en consonancia con las cosas que quiero para mi hijo y para mi. A veces me dejo llevar por la crianza que yo misma recibí. Mi proceso de desescolarización aún no está completo (y no sé si alguna vez lo estará). Quien paga los platos rotos, lamentablemente, es mi hijo.

Desperté (en sentido literal y en sentido figurado) y decidí que, a partir de hoy, antes de hablar o de actuar, analizaré lo que estoy a punto de hacer para asegurarme de que está en la línea de lo que quiero conseguir.



2 comentarios:

  1. Que bien que nos vemos a veces es sueños..asi de golpe y de profundo.

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  2. Sí, los sueños nos dicen mucho de la vida y de nosotros mismos. Sólo tenemos que estar atentos.
    Saludos,
    V.

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