viernes, 30 de diciembre de 2011

Desmontando el mito de la socialización (I)




Situación:

El parque que hay enfrente de casa. Tres niños escolarizados jugando con mi hijo no escolarizado. Amigos desde su más tiernísima infancia por amistad entre las respectivas madres.

Uno de los niños, al no estar de acuerdo con el juego decidido por los demás, se aparta, se sienta solo en un rincón y mira de reojo a los otros tres.

Mi hijo no escolarizado y [supuestamente] no socializado, juega feliz con los otros dos y, cuando no está de acuerdo con el juego decidido, negocia para que todos jueguen un rato a cada cosa.

Pregunta: ¿quién es aquí el que no socializa adecuadamente?

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Blogs de homeschooling que odio


 
Leo blog de homeschooling en tres idiomas: en inglés, fundamentalmente blogs de USA, Sudáfrica y algún que otro canadiense. En francés, todos de Francia. Y en español, claro, la mayoría de España y alguno de Sudamérica.

Algunos de los franceses son realmente buenos, aunque mis preferidos son los norteamericanos. Me gustan los blogs que reflexionan acerca del homeschooling: en qué consiste, por qué lo hacemos, por qué es una opción tan poco comprendida, qué dudas seguimos teniendo los que lo hacemos, etc.

Pero hay tres tipos de blogs, que abundan entre los españoles, que me resultan odiosos. Lo sé, cada uno es muy libre de hacer su blog cómo prefiera, pero creo que hay blogs que deberían ser privados, verbigracia, aquellos que son un simple diario de actividades de los niños y que no alcanzo a comprender a quién pueden interesar. Vale, a veces se sacan recursos interesantes de esos blogs, pero no es lo habitual. No me aporta mucho leer un blog en el que me cuentan que el domingo fueron al zoo, que el lunes vino la abuela a comer y que el martes los niños jugaron con las regletas cuissenaire.

Luego hay blogs que son sustitutos del psicoanálisis. Aquellos en lo que las madres dan una imagen de perfección en todas sus facetas: como madres, como educadoras, como amas de casa, como esposas, como blogueras, etc. No sabría decir si se trata de madres narcisistas o si, por el contrario, son mujeres con una autoestima tan baja que lo único que les queda es su vida fake en internet, vida que, para colmo, construyen a través de los "logros" de sus hijos y no de los suyos propios.

Y, por último, están las que se dedican a compartir las recetas de cocina de su abuela o, para el caso, del sacrosanto Jamie Oliver, con fotos y todo para que veas lo bonita que les queda la tarta que tú tienes que comprar en la pastelería de la esquina porque ni siquiera te atreves a intentar hornearla tú misma. 

Pero los peores, sin duda, son los blogs que reúnen las tres características mencionadas. Son blogs de madres que padecen el Síndrome de Bree Van de Kamp, las pobrecitas. Y son los blogs que he eliminado de mi GoogleReader.


martes, 27 de diciembre de 2011

Déjalo




En mi proceso personal de desescolarización (aka, cambio de chip mental o cómo tirar a la basura veinte años de institucionalización) una de las creencias de las que más me ha costado deshacerme ha sido la de que hay que terminar lo que se empieza.

En mi familia, en mi escuela y en la sociedad en general, se valora[ba] enormemente la capacidad de tener la constancia de terminar cualquier cosa que se hubiera empezado. No se podían dejar las cosas a medias. Había que ser tenaz y disciplinado. Incluso había leído algunos artículos de psicólogos, pedagogos y "expertos" varios que daban consejos sobre cómo evitar que tus hijos se convirtieran en personas que lo dejaban todo a medias.

Pero algo me chirriaba. Por un lado, tenía fe ciega en lo que había sido mi experiencia: a mi se me había valorado por la constancia. Por otro lado, algo no me cuadraba. No me sentía capaz de obligar a mi hijo a terminar cosas que él no quería hacer. ¿Hasta qué punto podía o debía obligarle? Y me di cuenta de que yo misma no termino de leer los libros que no me gustan, ni de ver las películas que me aburren, por ejemplo. Así que ¿por qué iba a ser diferente con mi hijo? Mejor aún, yo ya tengo treinta y tantos años de experiencia y sé más o menos qué cosas me gustan y que cosas no. Pero mi hijo todavía está en proceso de ensayo-error para descubrir cuáles son sus gustos, sus intereses y sus cualidades.

Así que solté el peso que arrastraba, me liberé de la cadena de la constancia a cualquier precio, y empecé a dejar que mi hijo tomara sus propias decisiones sobre qué cosas vale la pena acabar y cuáles no.

Y nuestra vida, de repente, mejoró.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Homeschooling en Mujeres Desesperadas





Lo bueno de tener las series televisivas en internet es que puedes verlas de cabo a rabo y a tu ritmo. cuando sólo podía verlas por la tele, siempre me perdí capítulos (¡o temporadas!) completos. Con internet, ya he visto unas cuantas desde su capítulo piloto hasta el último capítulo de su temporada final.

Una de ellas es Mujeres Desesperadas, una serie que da mucho que pensar acerca de la sociedad, de los roles de hombres y mujeres, de las relaciones familiares, etc. Es una serie que se ve desde una perspectiva muy distinta según se tengan hijos o no y, por supuesto, según los hijos estén escolarizados o no.

He encontrado ya (y estoy viendo la octava temporada) cuatro referencias al homeschooling.

Una de ellas es cuando el colegio en el que los Scavo quieren matricular a sus hijos les "pide" una generosa donación econnómica para aceptarlos. Como no pueden pagarlo, Tom se plantea mudarse a otro lugar para meterlos en la escuela pública pero, acto seguido, sugiere que los eduquen en casa. Dice, entre otras cosas, que a los homeschoolers les va mejor en sus "años posteriores". Y Lynette dice que "no llegarán a años posteriores si tengo que pasar todo el día con ellos". Lo bueno es que Tom le da un tono de absoluta normalidad a su sugerencia y que Lynette, por su parte, es suficientemente realista como para no embarcarse en una aventura para la que no se ve capacitada y que no está dispuesta a asumir.


Otra referencia (ésta algo más negativa) es la de la hija de los nuevos vecinos que ve a Gaby Solís besando a su joven jardinero. Gaby intenta comprar su silencio y se espanta cuando la niña le dice que va a estar por allí todas las mañanas, ya que se está educando en casa. (Si alguien tiene el vídeo con este trozo de episodio, agradecería el enlace).

En otro capítulo, a Bree Van de Kamp casi le da un soponcio cuando su hija, Danielle, le informa de que está educando en casa a su hijo. La escena refleja muy bien la reacción de muchos familiares que no comprenden esta opción educativa. Aunque, por otro lado, cae en el tópico de "familia joven, alternativa, vegetariana y rarita que no quiere que sus hijos se mezclen con la plebe escolarizada". (Tampoco tengo este vídeo).

Por último, Gaby Solís se ve obligada a educar a su hija Juanita en casa y fracasa estrepotisamente. Aquí lo positivo es la naturalidad con que Carlos toma en cuenta esta forma de educación y cómo le dice a su mujer que, probablemente, esto no sea para ella.





lunes, 19 de diciembre de 2011

Llegar a Zihuatanejo


El otro día visité a una amiga que también educa en casa. Me dijo que era el aniversario de la desescolarización de su hija y que había leído las páginas de su diario en las que escribió sobre sus primeros días sin escuela, cómo se había sentido y cómo las cosas habían cambiado a mejor.

Me dejó leer el diario y debo reconocer que todavía estoy impactada por aquellas palabras, por el sentimiento de alivio y de felicidad que transmitían.

Supongo que salir del cole es como llegar a Zihuatanejo después de huir de una condena a cadena perpetua. Es tan increíble la sensación de libertad que sólo quien ha estado privado de ella puede gozarla plenamente. Igual que sólo un asmático puede apreciar en su totalidad cada bocanada de aire.


domingo, 18 de diciembre de 2011

Despertar



Anoche tuve un sueño bastante desagradable pero muy revelador.

Pasaba algo y yo estaba a punto de morir, desangrada, era todo muy gore. Tenía el pelo todo teñido por la sangre y un montón de huesos rotos y, aunque padecía cierto malestar, no me dolía el cuerpo. En todo momento fui consciente del tiempo exacto que me quedaba y quise aprovecharlo bien.

Me acerqué a mi hijo, de siete años, e intenté darle unos últimos consejos que le sirvieran para toda la vida

Sé libre. Toma tus propias decisiones sin que nadie te imponga ni te prohiba nada. Debes ser capaz, después, de asumir las consecuencias de esas decisiones tuyas.

No dañes a nadie. Ningún motivo justifica nunca la agresión a otra persona.

No juzgues a nadie. Ni siquiera aunque creas que has andado con sus zapatos, puesto que tus pies no son sus pies.

Dedícate a algo que te guste, que se te de bien y que te haga feliz. Busca la excelencia en aquello que hagas, pero no olvides que la excelencia va de la mano con la felicidad.


Pero, mientras le daba esos consejos, tuve una revelación:

¿Acaso sirve cada cosa que yo hago en relación con él para que se cumplan mis deseos sobre su vida? ¿Hay coherencia entre mis decisiones y mis objetivos?

Entonces me di cuenta: muchas de las cosas que hago o que digo no están en consonancia con las cosas que quiero para mi hijo y para mi. A veces me dejo llevar por la crianza que yo misma recibí. Mi proceso de desescolarización aún no está completo (y no sé si alguna vez lo estará). Quien paga los platos rotos, lamentablemente, es mi hijo.

Desperté (en sentido literal y en sentido figurado) y decidí que, a partir de hoy, antes de hablar o de actuar, analizaré lo que estoy a punto de hacer para asegurarme de que está en la línea de lo que quiero conseguir.



sábado, 17 de diciembre de 2011

Vulgaria


 
Salir a la calle en horario escolar es como viajar a Vulgaria con Caractacus Potts. La ciudad se ve más gris de lo habitual porque no se ven niños. Como mucho, cochecitos de bebés; menores de tres años que todavía no están en su encierro de diez (o más) años.

Vas por la calle y sólo ves adultos, y te sientes medio mal porque tú sí andas con un niño a tu lado (o corriendo dos metros más adelante o dos metros más atrás). Además, si el niño va correteando queda como muy obvio que no es que no haya ido al cole por enfermedad, así que... hay miradas fuera de tono.

Si entras en algún comercio, difícilmente te libras de la pregunta:

-¿Estás enfermo? ¿No has ido al cole, hoy?

Y dan ganas de decirle "sí, imbécil, sí que ha ido al cole pero tú estás viendo visiones, así que haztelo mirar".

Pero, claro, una es educada y sonríe y se escaquea de la mejor manera que puede. En momentos así, cuando siento que estoy en Vulgaria, desearía estar en un país donde el homeschooling sea completamente legal. O que la Baronesa Bomburst española (o sea, antes Zapatero y ahora Rajoy) abran por fin los ojos a lo evidente y nos cambien la ley.

Amén.


viernes, 16 de diciembre de 2011

El plato vacío


 
Yo sé que suena raro, cuando digo que mi hijo es libre de comer lo que quiera y cuando quiera. Sé que la gente no lo entiende, que está mal visto, incluso.
Del mismo modo que no quiero que se quede con la idea de que, en la vida, siempre hay una única respuesta correcta, tampoco quiero que se quede con la idea de que la forma correcta de comer consiste en hacerlo según un horario y dejando el plato completamente vacío.

A mi, de pequeña, me enseñaron que comer bien era justamente eso. Y el resultado fue que me desconecté de mi propio cuerpo porque tomaba las decisiones siguiendo a mi cerebro y no a mi cuerpo. No estoy dispuesta a hacerle eso a mi hijo.

El mundo occidental está lleno de jóvenes (y de adultos) que padecen transtornos alimentícios. La obesidad es una de las principales enfermedades de nuestra era. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pues con creencias descerebradas como la de "hay que vaciar el plato".

Lo había leído y, finalmente, lo he comprobado: si les dejas elegir, y pones a su disposición una cantidad suficiente y variadas de alimentos, los niños eligen una dieta equilibrada.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Verdadero o falso




Lo veo constantemente en niños que todavía están en proceso de desescolarizarse. Niños que son víctimas del sistema escolar y que, a pesar de ser [finalmente] educados en casa, necesitan un largo tiempo para desintoxicarse de todo lo vivido [y sufrido] en la escuela.

Allí los entrenaron para tratar de encontrar, siempre, la respuesta correcta. Hay una única respuesta correcta y, si te equivocas, señalan tu error con rotulador rojo. La búsqueda de la respuesta verdadera puede provocar un alto grado de estrés y ansiedad que difícilmente puede ser reparado. Por eso, aunque los saquen del colegio, arrastran ese sentimiento durante aún algunos meses ¡o años!

La vida no es un exámen de verdadero o falso así que ¿por qué motivo entrenamos a los niños para acertar siempre la "única" respuesta correcta? La Humanidad no habría evolucionado tanto si no se hubiera dejado margen a la creatividad, al pensamiento lateral e, incluso, al error. Einstein, Newton y Edison fueron tachados de inútiles por sus profesores. Porque ellos eran capaces de ver más allá de la "respuesta correcta".

domingo, 11 de diciembre de 2011

Y tú, ¿por qué educas en casa?


Pregúntame por qué educo en casa. O, mejor, no me preguntes.

Yo no voy por ahí preguntándole a la gente por qué escolariza a sus hijos. En primer lugar, porque considero que no es asunto mío. En segundo lugar, porque sé por qué triste razón escolariza la mayoría de la gente. Y, en tercer lugar, porque soy una persona exquisitamente educada.

Pero sí hay gente por ahí que me pregunta (y esto me pasa cons-tan-te-men-te) por qué no escolarizo a mi hijo. A todas nos pasa: la gente tiene la fea costumbre de interrogarnos como si fueran de la Gestapo. Y las madres homeschoolers pueden clasificarse en tres tipos en función de la respuesta que den a esa pregunta:

En primer lugar, están las madres activistas. Las que no sólo cuentan cuáles son sus motivos personales para educar en casa sino que, ya puestas, hacen un alegato cantando las maravillas y beneficios del homeschooling, como si pretendieran convencer a todo el mundo de que esto es lo correcto y de que se equivocan mandando a sus hijos a la penitenciaría escuela.

En segundo lugar, están las madres inseguras. Son las que exponen sus motivos para educar en casa (normalmente, basándose en fallos del sistema escolar) pero lo hacen sin mucha convicción porque, en el fondo, piensan que quizás sí se están equivocando; que quizás sí están privando a sus hijos de algo importante; que quizás ellas no están realmente capacitadas para hacer lo que pretenden hacer; que quizás sus hijos sí tengan alguna carencia socio-afectiva.

En tercer lugar, están las madres que se escaquean. Las que, sencillamente, dicen que "es una decisión personal" y sonríen medio de lado, dando por terminada la conversación. Un subtipo serían las que, en ocasiones, hacen como yo, que sonrío ampliamente, miro a mi interlocutor fijamente a los ojos con admiración y digo: "es una excelente pregunta". Y me voy. Porque no es asunto suyo.



sábado, 10 de diciembre de 2011

Titularse, ¿para qué?



En España tenemos el inconveniente de que la ley no es clara respecto del homeschooling así que, a las objeciones típicas, nos enfrentamos, además, a las objeciones relacionadas con la falta de reconocimiento legal. Quiero decir que, en cualquier parte del mundo, una familia homeschooler va a tener que responder alguna vez a la pregunta acerca de la socialización, a cómo se organizan, a si siguen un currículum, a si los padres se consideran suficientemente capacitados para educar a sus hijos, etc.

Pero, aquí, además, nos hacen preguntas muy lógicas como ésta: "¿Cómo lo hará tu hijo para sacarse el título de la ESO o para presentarse a la Selectividad si no ha ido al colegio ni al instituto?"

Tenemos dos posibles respuestas:

A) Explicar todos los modos legales de titularse (que, haberlos, haylos)

B) Ser honestos y decir que el título nos importa un pimiento. Porque a mi, sinceramente, no me parece que un título de la ESO le arregle la vida a nadie. Y si no necesito un boletín trimestral que me informe de cómo está progresando mi hijo, ¿para qué voy a querer un título que diga que cursó y superó la secundaria? O la universidad, por ejemplo. Si no hemos optado por la escuela tradicional y presencial, ¿por qué habríamos de optar por la universidad tradicional y presencial? Es decir, a menos que quiera ser médico, arquitecto o abogado, o alguna de esas profesiones para las que es imprescindible tener una carrera universitaria. Pero, para muchas otras, no hace ninguna falta.

Quiero decir, que no es que yo no quiera que se titule o que vaya a la universidad, sino que la decisión no es mía. Y que, lo que quiero que decida en consciencia es a qué quiere dedicar su vida. Luego ya veremos si necesita algún papel como pasaporte para su vida soñada.



jueves, 8 de diciembre de 2011

Soy un pobre cowboy solitario


Se dice, tal vez con razón, que una de las grandes ventajas del homeschooling es que se pueden seguir los intereses del niño. Hacer una especie de curriculum adaptado a lo que le interesa y a lo que se le da bien. La blogosfera está llena de blogs de madres casi perfectas con hijos casi perfectos que tienen claras aptitudes y que tienen intereses muy concretos.

He leído posts sobre niños músicos que van al conservatorio y que ganan concursos de talentos. Y posts sobre niños que lo flipan con los dinosaurios, o con el Universo, o con los trenes y los aviones; que pasan horas viendo documentales y leyendo libros sobre esos temas; que absorben la información como esponjas y que crean maravillosas manualidades y preciosos lapbooks con todo el material recopilado a lo largo de semanas (¡o meses!) de investigación.

Pero a mi hijo no le pasa nada de eso. No tiene ninguna habilidad especial; no destaca en ningún campo; no está obsesionado con ningún tema en concreto: ni música, ni dinosaurios, ni el Universo, ni los trenes ni los aviones le llaman especialmente la atención. Y, desde luego, no le gusta hacer manualidades. Ni dibujar.

Lo único que mi hijo quiere hacer es jugar. Ver películas conmigo. Ir al parque con sus amigos. Salir de excursión. Que le lea cuentos. Y menos mal que conozco (en persona) a otros madres de niños homeschoolers que no son pequeños Einsteins, ni pequeños Mozarts, ni pequeños John Hammonds. Porque si no, si sólo fuera por lo que las madres nos muestran en internet, me sentiría terriblemente sola y terriblemente fracasada.  Y sentiría que estoy haciendo algo mal con la educación de mi hijo.

Poor lonesome cowboy


¿Dónde está la tribu?


A veces nos convertimos en una serie americana (y, cuando digo americana, quiero decir estadounidense). Nos levantamos temprano y nos sentamos a la mesa con tres tipos distintos de cereales y zumo de naranja recién exprimido. En esos días, desearía no estar divorciada, desearía no tener que trabajar y desearía tener cuatro o cinco hijos en vez de uno sólo.

Pero hay otros días, mucho más habituales, en los que las cosas no son, ni de lejos, tan perfectas. Días en los que el cansancio puede conmigo, en los que los planes no salen como imaginé, en los que los plazos del trabajo me pesan como una maldita losa, en los que la casa está patas arriba (por decirlo de un modo suave), días en los que el niño "va con el tiempo", que es el eufemismo que usamos las madres cuando queremos perder a nuestros hijos de vista.

Lo he dicho: hay días en que quisiera perder a mi hijo de vista. Días en que me pregunto: ¿dónde coño está la tribu que, supuestamente, me iba a ayudar a criarlo? A veces veo como la gente que podría echarme un cable no lo hace; no ven mi necesidad de tomarme un respiro; no captan las sutiles indirectas; o las captan, pero hacen como que no. 

¿Dónde está el límite entre recibir ayuda sincera y tener que suplicar por ella? Mi salud mental está en juego; ergo, la de mi hijo, probablemente, también.

Creo que necesito a Mary.





miércoles, 7 de diciembre de 2011

En el mundo real


Tenía más motivos para educar en casa que para escolarizar, así que lo hice. Durante varios meses, absorbí toda la información que llegaba a mis manos sobre los motivos, los métodos pedagógicos, la organización del tiempo y del hogar, las objeciones, la legalidad, etc. Intenté cargarme de razones y de argumentos, no sólo para mi misma sino también para aquellos a quienes tuviera que dar explicaciones acerca de mi extraña decisión.


Leí mucho. Quizás en exceso.

Me suscribí a decenas de blogs de madres que educan en casa. Sólo encontré dos o tres que fueran escritos por padres (varones) y ninguno era en español. Así que, todos los días, junto con el café de la mañana, abría mi lector de feeds para ver qué había de nuevo en la blogosfera homeschooler.

Hasta que me saturé. Me cansé de leer los posts de madres perfectas, que daban una educación perfecta a sus hijos perfectos en unas casas perfectas. Y pensé "¡Dios mío, con esto cualquiera se deprime!". Porque el mundo real no es así. Las madres homeschoolers que conozco (yo incluida) no cumplen su programación a rajatabla y sin contratiempos (yo, de hecho, no tengo ni programación), no tienen centenares de recursos perfectamente clasificados, no tienen casas que bien pudieran salir en una revista de decoración y, sobre todo, no tienen hijos deliciosamente educados, que cumplen horarios y que disfrutan con cada actividad que su madre proponga.

No, mi vida no es así y, si me permiten una confesión, les diré que tampoco quiero que sea así. Soy feliz con mi vida imperfecta, mi casa semilimpia y semiordenada y mis dudas que van y que vienen (y que, como leí en un blog ya inactivo, siempre vuelven). Y, sobre todo, soy feliz porque mi hijo es más independiente que obediente.